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Me gusta tu forma de caminar. Ese paso certero que anuncia tu llegada, pero que sin previo aviso el suelo se convierte en cristal cuando te paras. 

Intenté congelar el tiempo al estar contigo pero la luna es caprichosa y le gusta aparecer todas las noches, haciendo inevitable que ésta tarde sea mía para siempre. 

Me gusta tu forma de hablar. Esas palabras que tan cuidadosamente eliges que se convierten en poesía, en música, en un libro tan perfecto cuando salen de tu interior. También quise atraparlas. En éste caso, fue Zéfiro quién se las llevó para hacerlas bailar por todo el mundo. No me pareció tan mal resultado. Daba una excusa para descrubir cada rincón del globo en el que vivimos con la esperanza de encontrarlas en alguna esquina o en el polvo que levanta un señor cuando barre su tienda. 

Me gusta tu cuello, tú boca. Pero claro, eso ya no lo intenté atrapar. Tuve miedo de que mi boca me abandonara y se quedara contigo hipnotizada por los besos que das.