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Recuerdo la sed de ti, que desde aquel instante no ha hecho sino crecer. Recuerdo tus pasos retrocediendo, acercándose a tu puerta. Recuerdo tus manos insinuando la cercanía. Recuerdo sentir mi corazón contraerse, al llegar la certeza de que sucedería lo que no podía suceder según mi cabeza. Recuerdo la conversación flotando, las palabras diluyéndose en las emociones. Pero el beso no está allí, en mi memoria. He navegado tantas veces mi interior detrás de ese recuerdo… pero siempre está en blanco justo esa parte en que nuestros labios se tocan. Tal vez mi ser vibró tanto que mis sentidos, embotados, solo pudieron lanzar luz a mi interior y las imágenes estallaron en un mar de emociones y por eso tu recuerdo está perdido. O tal vez ese dios travieso que se dedica a enredarnos a unos contra otros para crear historias supo que bastaba con borrar aquel instante para que me fuera imposible  escapar de ti. Tu beso no está y ese vacío blanco se ha convertido en una fuente que cada vez me da y me quita más. Y ahora que la sed es infinita solo cuando estás cerca estoy completo y cuando no estás te arrastro conmigo sin tu siquiera saberlo. Y ahora que eres sed infinita en ausencia y plenitud a mi lado ha aparecido una nueva luz, una fuente de calor y de vivencias creciendo en tu interior, un murmullo que cada día cobra más fuerza. Una fuerza capaz de aterrarme, hacerme feliz, enamorarme y emocionarme al tiempo. Una célula que ha sellado nuestro amor y que nos marcará para siempre. Ahora tenemos un hijo, nuestro hijo.